Las razones de un Estado fallido en Haití
Las imágenes que llegan de Haití son estremecedoras. No es ninguna novedad, pero últimamente -sobre todo desde el terremoto de enero de este año- todo el mundo ha podido ver la situación trágica en que se encuentra Haití. Ante este paisaje humano, hay que preguntar qué pasa en aquel país. ¿Cómo es posible que el impacto de un terremoto haya tenido unas consecuencias tan trágicas?
Desde República Dominicana, donde hace poco he estado para evaluar unos proyectos de lucha contra la pobreza, hay quien dice que lo que está ocurriendo en el Estado vecino es un castigo de Dios como consecuencia de que la mayoría de haitianos profesan el vudú. Evidentemente, la mayor parte de la gente no cree en esta teoría, pero sí que mucha se pregunta: ¿qué pasa a Haití?
A esta pregunta hay que responder con dos respuestas. La primera se relaciona con la vulnerabilidad de la población y la segunda con las razones por las cuales se ha llegado a esta situación. La primera pregunta es más sencilla de responder: el problema de Haití no es que sufra los rigores climatológicos propios de las islas caribeñas, si no que la pobreza de su población hace que cada huracán, terremoto o lluvia tropical suponga una hecatombe. Hay que señalar que estamos hablando de un país que tiene una población con una esperanza de vida de 51 años, que el 78% de la gente vive con menos de dos dólares diarios, y que solo el 52% tiene agua potable y el 32%, drenaje. Con este panorama social, la vulnerabilidad de la gente es extrema y, por eso, mientras que un terremoto de siete grados de la escala de Richter en California supone una docena de muertos, en Haití mueren (tal como sucedió el año pasado) 200.000 personas.
La segunda respuesta es algo más complicada. De entrada, hay que mencionar tres elementos: el legado del colonialismo francés, el impacto de las intervenciones norteamericanas que ocuparon y administraron el país desde 1914 hasta 1934, y el peso de una feroz y depredadora dictadura que empezó en 1957 y reinó hasta 1986. Esta dictadura, comandada por François Duvalier (conocido como Papa Doc) supuso un éxodo de la gente más capaz y un empobrecimiento del resto.
No hay duda que la dictadura fue uno de los capítulos más tristes, crueles y corruptos de la historia del país. Aunque quizá no se tiene que atribuir todo lo que se vive hoy en Haití a lo que pasó hace dos siglos o al legado de una dictadura.
Cómo ya se sabe, a principios de los 90, el sacerdote salesiano Jean-Bertrand Aristide ganó unas elecciones con un movimiento popular llamado Lavalas. La población tenía depositadas muchas esperanzas en este nuevo líder, pero en 1991 un militar (Raoul Cédras) interrumpió la experiencia democrática. Con Cédras, el país volvió a sufrir un régimen dictatorial. Poco después, en 1994, la Administración norteamericana volvió a invadir el país, pero esta vez para reponer en el poder al antiguo presidente electo.
El problema es que, desde entonces, Aristide y su succesor, René Préval (desde 1996), han podido hacer muy poco para llevar a cabo las políticas que creían necesarias, puesto que junto con la democratización de las instituciones también se liberalizó completamente la economía y se privatizaron las pocas empresas estatales que quedaban, a la vez que se desmanteló la poca infraestructura todavía en manos del Estado.
Hay que señalar que Haití sufrió una trágica combinación: la de la democratización institucional, la liberalización económica y el desmantelamiento del Estado. Esta combinación ha supuesto el empobrecimiento de los campesinos, la caída de la producción, la ruina de la poca industria y servicios del país y, además, la incapacidad de los gobiernos de poder hacer efectivas las políticas sociales, educativas y de seguridad más elementales. Fue en este contexto en el que, el 12 de enero, Puerto Príncipe sufrió un apocalíptico terremoto.
Lo peor de lO ocurrido es que a raíz de las políticas mencionadas ha sido imposible atender a las personas afectadas por el seísmo. Mucho del dinero y de las donaciones que llegaron a Haití hace 10 meses todavía no se han podido gastar. Hoy el país está administrado por una constelación de organizaciones internacionales que no tienen la capacidad de atender de forma coherente ni ordenada a los damnificados. Y el Estado tampoco puede hacerlo. En este contexto, ayer se celebraron elecciones para escoger un presidente, 99 diputados y 11 senadores. Muchas voces exclamaron que quizá se tenían que aplazar las elecciones, pero la OEA, la ONU y EEUU dijeron que era necesario escoger una autoridad democrática para poder avanzar en la reconstrucción. Quizá tienen razón, pero existe el peligro de pensar que las elecciones y la designación de nuevos representantes supone la creación del Estado. No se tiene que confundir un presidente con un Estado, y lo que necesita Haití es esto último.
Noticia original de Salvador Martí Puig, Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Salamanca.
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